El equipo de fútbol de "La casa que vence la sombra", vive en la penumbra y bajo la constante amenaza de la desparición por falta de recursos ecoómicos
La vida en ocasiones coloca a las personas, o a las instituciones ante situaciones extremas. La UCV FC atraviesa desde principios de año una dura crisis económica, que hoy día se acrecienta de acuerdo a las palabras del entrenador de la institución Ricardo Campos. El conjunto, primer campeón en la história de nuestro fútbol profesional, podría “no jugar” el próximo torneo de segunda división.
Leyenda foto: Escudo del equipo universitario
“El equipo se encuentra en un momento duro. Si bien no hay deudas con nosotros los técnicos ni con los muchachos, costear los viajes y los traslados se hace cada vez más difícil, y no podemos trabajar en estas condiciones” ,confesó el entrenador mejor conocido como ‘Tiganá’.
La idea del técnico es que la escuadra de la UCV “se acerque a modelos como el de otras universidades de América Latina”. “Vemos casos como el de la Universidad de Chile, la Universidad Católica, que vinieron a jugar aquí la Libertadores, o los Pumas de la UNAM o los Tigres de la UANL, que son equipos de sus universidades y a la vez instituciones fuertes en lo deportivo”.
Un avance utópico
Para lograr esto, sin embargo, hace falta un apoyo de las autoridades que no existe. El recorte de presupuesto dejó al equipo prácticamente sin fondos, y buscando maneras de auto sustentarse.
“Sobrevivimos con la escuela de fútbol, y los aportes de algunas empresas, pero por ahí es bien complicada nuestra situación. Si no solucionamos y la Dirección de Deportes logra algunos acuerdos, será difícil que salgamos a jugar la campaña que viene”, remató Campos.
El apoyo que nunca llega.
La UCV tiene distintos organismos encargados de proveer a la máxima casa de estudios de recursos económicos para investigación, deportes, actividades artísticas, entre otros. La Fundación UCV es la encargada del alquiler de los estadios de fútbol y béisbol de la universidad, y podría proveer algunos recursos al equipo, aunque esto, según Pedro Castro, sea algo complicado por trámites burocráticos.
“Los interesados tienen que acudir a sus respectivas dependencias para solicitar a través de ellos la posibilidad de presentarnos un proyecto de emprendimiento y así canalizar la ayuda. Nosotros no somos una entidad financiera, y sólo podemos ayudar a quién nos presente un plan sustentable y rentable”, explicó Castro acerca del funcionamiento de la Fundación, que cobra "400 millones de bolivares fuertes" por el alquiler del Olímpico, de acuerdo con el propio Castro.
En el caso especifico de UCV FC, el directivo de la Fundación UCV refirió que ellos “no podían hacer nada al respecto. Eso depende de la Dirección de Deportes, que a su vez, depende del Rectorado. Para poderlos ayudar tendría que hacerse la solicitud por esa vía”.
En el fondo queda la preocupación del abnegado Ricardo Campos, quién sólo quiere ver a su equipo peleando por un cupo en Primera División. Hasta ahora han cumplido un buen papel en la categoríade plata, a pesar de las dificultades. “La Universidad tiene sus mecanismos para ayudarnos. Ojalá y se nos den, porque lo que generamos nosotros ya no alcanza. Con el 100% menos de presupuesto quedamos mal. Nosotros sólo queremos competir, estar en la cancha y representar dignamente a la UCV".
lunes, 3 de mayo de 2010
sábado, 17 de abril de 2010
En franca decadencia
La violencia con la que se expresó la barra del Caracas durante el último choque en casa de la Copa Libertadores, no fue sino el reflejo de un club que está en franco declive, y de una sociedad que está de mal en peor
Carlos Sanabria y Claudio Gutiérrez son dos hinchas del Caracas FC. Y no me refiero a “seguidores fashion” de esos que van cuando sólo hay Copa Libertadores, o partidos importantes contra Táchira o Italia. Ambos tienen entre los 27 y 29 años, y eran de aquellos que seguían al Rojo en sus días clandestinos. Dieron vueltas olímpicas abrazados a Ceferino Bencomo y a ‘Chita’ Sanvicente en un Brigido Iriarte exclusivo para familiares y verdaderos fieles, ya decía, cuando su pasión era algo oculto, cuando el fútbol se vivía a gritos contra la fanaticada rival, pero sin violencia.
Eran los días del ‘Loco’ Diony, de Rodrigo Riep, del ‘Pequeño’ Rondón, Leo González, y ‘El Mago’ Stalin; de unos jóvenes Rey, ‘Turbo’ González y ‘Pájaro’ Vera. Eran otros tiempos. Carlos y Claudio eran unos chamos felices, creyentes que el sueño y la filosofía de Guillermo Valentiner tenían sentido para el fútbol venezolano y eran algo posible.
Hace seis meses, ambos fueron al estadio a apoyar (como siempre lo hacen) al equipo de sus amores. Con su crecimiento físico y consecuente evolución académica y económica (ambos son ingenieros), también había llegado la madurez. Seguían siendo hinchas de gritar y cantar, de meterse con el otro, ahora desde la tribuna, pero sin aburguesarse. Ese día decidieron que, en vez de sentarse en la tribuna, se iban a meter a la barra para ‘recordar viejas glorias’.
Al entrar, se encontraron con un funcionamiento muy diferente al que tenían en sus días. Rápidamente detectaron que había muchos muchachos, muy jóvenes en su mayoría, que no iban a apoyar al equipo por su buen juego, sus acciones dentro de la cancha o lo que representaba. Simplemente era gritar por gritar, cantar por cantar. Esa era la norma. Nunca se comentaban las jugadas, no se hablaba de fútbol.
Esto fue en el choque ante Carabobo del Apertura. Ahí, Carlos y Claudio vieron con estupor cómo un grupo, muy pequeño eso sí, de inmaduros que toma la violencia como bandera bajo la excusa del fanatismo, salió a tratar de robarse un trapo y a agredir a los ocho o diez seguidores del cuadro del Cabriales, ‘porque este era su estadio’, ‘porque ellos nos jodieron cuando fuimos el año pasado’, ‘porque ellos no deberían venir pa’ ca’ y por un montón de excusas sin sentido.
Carlos y Claudio decidieron no meterse más de ese lado. La barra no es lo que era. Llena de muchachos inmaduros, que no conocen de la historia del club que siguen, desmejoraron lo que era una costumbre sana. Esa que antes era apoyar al equipo a costa de todo, incluso, movilizándose al Brigido un día de las madres para ver ganar a los suyos con pancartas ingeniosas y con canticos creativos y con sentido lógico, sin violencia.
Hoy, ser ‘barra brava’ es estar in, a la moda y en consonancia con la estupidez y el sin razón que se practica en otras partes de América. ‘Los radicales’ critican a los ‘pasteleros’, y se comportan como tales, copiando modelos argentinos y europeos. Y esto no sólo pasa con los ‘fundamentalistas’ del Caracas y sus desmanes contra los seguidores de la U de Chile, y para muestra lo ocurrido recientemente entre El Vigía y el Táchira. Es algo nacional.
El fútbol, lamentablemente, se ha convertido en el reflejo de una sociedad que pasó de ser pacifica y mamadora de gallo, a una dominada por la espiral de la violencia y el miedo. El radicalismo absurdo, bandera de los que no tienen la razón hoy convive con nosotros como un problema serio.
Y mientras tanto, la FVF y la directiva del Caracas, que han tenido que ponerle coto a esta situación desde un principio, se hicieron de la vista gorda. Este problema venía creciendo poco a poco bajo sus propias narices, en su parcela, y nunca hicieron nada para controlarlo, a pesar de contar con los medios y los recursos para hacerlo.
Al Caracas se le sugirieron censos, campañas dentro de la barra, denunciar a los violentos (que son pocos, insisto) y vetarlos del fútbol, mejorar la seguridad y los accesos al maltrecho Olímpico, otra víctima de vandalismo, como lo fue también la UCV. Se exhortó de manera pública y privada a los directivos que tomaran cartas en el asunto, que redujeran a los radicales, que siguieran ejemplos como el de Inglaterra, donde se acabó con los Hooligans.
No les interesó. Para ellos, estos radicales eran ‘incontrolables’. No se puede controlar lo que no se quiere controlar. Qué ironía que además hoy por hoy esos ‘fieles radicales’ ven las cosas desde puntos antagónicos con la directiva que los protege de manera solapada. Los insultan, los vilipendian, pero a ‘los chivos’ eso no les importa, ya ellos hicieron su alianza estratégica, y dejaron entrever que lo que importa es el dinero, y no la estructura del club.
Ambos son dos polos de un mismo equipo. Uno que en cosa de mes y medio se desnudó como uno más. Ese que era el ejemplo, ese Caracas en el que Carlos y Claudio creían, hoy tiene que asumir su contexto real dentro del balompié venezolano. Están en decadencia. A todos, a la fanaticada seria (no a los malandros que se escudan en una camiseta roja para hacer desmanes) y a sus dirigentes, les toca asumir que están en una crisis de identidad y de pérdida de valores.
Reconocerlo es el primer paso para empezar a solucionar los graves problemas que empieza a demostrar esta institución, y así intentar colocar de nuevo a este equipo en el lugar donde apuntaba. No creo que al Dr. Guillermo Valentiner, esté donde esté, le guste demasiado lo que está ocurriendo. Su sueño, está en decadencia.
Carlos Sanabria y Claudio Gutiérrez son dos hinchas del Caracas FC. Y no me refiero a “seguidores fashion” de esos que van cuando sólo hay Copa Libertadores, o partidos importantes contra Táchira o Italia. Ambos tienen entre los 27 y 29 años, y eran de aquellos que seguían al Rojo en sus días clandestinos. Dieron vueltas olímpicas abrazados a Ceferino Bencomo y a ‘Chita’ Sanvicente en un Brigido Iriarte exclusivo para familiares y verdaderos fieles, ya decía, cuando su pasión era algo oculto, cuando el fútbol se vivía a gritos contra la fanaticada rival, pero sin violencia.
Eran los días del ‘Loco’ Diony, de Rodrigo Riep, del ‘Pequeño’ Rondón, Leo González, y ‘El Mago’ Stalin; de unos jóvenes Rey, ‘Turbo’ González y ‘Pájaro’ Vera. Eran otros tiempos. Carlos y Claudio eran unos chamos felices, creyentes que el sueño y la filosofía de Guillermo Valentiner tenían sentido para el fútbol venezolano y eran algo posible.
Hace seis meses, ambos fueron al estadio a apoyar (como siempre lo hacen) al equipo de sus amores. Con su crecimiento físico y consecuente evolución académica y económica (ambos son ingenieros), también había llegado la madurez. Seguían siendo hinchas de gritar y cantar, de meterse con el otro, ahora desde la tribuna, pero sin aburguesarse. Ese día decidieron que, en vez de sentarse en la tribuna, se iban a meter a la barra para ‘recordar viejas glorias’.
Al entrar, se encontraron con un funcionamiento muy diferente al que tenían en sus días. Rápidamente detectaron que había muchos muchachos, muy jóvenes en su mayoría, que no iban a apoyar al equipo por su buen juego, sus acciones dentro de la cancha o lo que representaba. Simplemente era gritar por gritar, cantar por cantar. Esa era la norma. Nunca se comentaban las jugadas, no se hablaba de fútbol.
Esto fue en el choque ante Carabobo del Apertura. Ahí, Carlos y Claudio vieron con estupor cómo un grupo, muy pequeño eso sí, de inmaduros que toma la violencia como bandera bajo la excusa del fanatismo, salió a tratar de robarse un trapo y a agredir a los ocho o diez seguidores del cuadro del Cabriales, ‘porque este era su estadio’, ‘porque ellos nos jodieron cuando fuimos el año pasado’, ‘porque ellos no deberían venir pa’ ca’ y por un montón de excusas sin sentido.
Carlos y Claudio decidieron no meterse más de ese lado. La barra no es lo que era. Llena de muchachos inmaduros, que no conocen de la historia del club que siguen, desmejoraron lo que era una costumbre sana. Esa que antes era apoyar al equipo a costa de todo, incluso, movilizándose al Brigido un día de las madres para ver ganar a los suyos con pancartas ingeniosas y con canticos creativos y con sentido lógico, sin violencia.
Hoy, ser ‘barra brava’ es estar in, a la moda y en consonancia con la estupidez y el sin razón que se practica en otras partes de América. ‘Los radicales’ critican a los ‘pasteleros’, y se comportan como tales, copiando modelos argentinos y europeos. Y esto no sólo pasa con los ‘fundamentalistas’ del Caracas y sus desmanes contra los seguidores de la U de Chile, y para muestra lo ocurrido recientemente entre El Vigía y el Táchira. Es algo nacional.
El fútbol, lamentablemente, se ha convertido en el reflejo de una sociedad que pasó de ser pacifica y mamadora de gallo, a una dominada por la espiral de la violencia y el miedo. El radicalismo absurdo, bandera de los que no tienen la razón hoy convive con nosotros como un problema serio.
Y mientras tanto, la FVF y la directiva del Caracas, que han tenido que ponerle coto a esta situación desde un principio, se hicieron de la vista gorda. Este problema venía creciendo poco a poco bajo sus propias narices, en su parcela, y nunca hicieron nada para controlarlo, a pesar de contar con los medios y los recursos para hacerlo.
Al Caracas se le sugirieron censos, campañas dentro de la barra, denunciar a los violentos (que son pocos, insisto) y vetarlos del fútbol, mejorar la seguridad y los accesos al maltrecho Olímpico, otra víctima de vandalismo, como lo fue también la UCV. Se exhortó de manera pública y privada a los directivos que tomaran cartas en el asunto, que redujeran a los radicales, que siguieran ejemplos como el de Inglaterra, donde se acabó con los Hooligans.
No les interesó. Para ellos, estos radicales eran ‘incontrolables’. No se puede controlar lo que no se quiere controlar. Qué ironía que además hoy por hoy esos ‘fieles radicales’ ven las cosas desde puntos antagónicos con la directiva que los protege de manera solapada. Los insultan, los vilipendian, pero a ‘los chivos’ eso no les importa, ya ellos hicieron su alianza estratégica, y dejaron entrever que lo que importa es el dinero, y no la estructura del club.
Ambos son dos polos de un mismo equipo. Uno que en cosa de mes y medio se desnudó como uno más. Ese que era el ejemplo, ese Caracas en el que Carlos y Claudio creían, hoy tiene que asumir su contexto real dentro del balompié venezolano. Están en decadencia. A todos, a la fanaticada seria (no a los malandros que se escudan en una camiseta roja para hacer desmanes) y a sus dirigentes, les toca asumir que están en una crisis de identidad y de pérdida de valores.
Reconocerlo es el primer paso para empezar a solucionar los graves problemas que empieza a demostrar esta institución, y así intentar colocar de nuevo a este equipo en el lugar donde apuntaba. No creo que al Dr. Guillermo Valentiner, esté donde esté, le guste demasiado lo que está ocurriendo. Su sueño, está en decadencia.
lunes, 8 de febrero de 2010
Un curso de japonés… Por favor
De nuevo, el desinterés y la falta de seriedad de quienes (se supone) deben estar detrás de la difusión de los encuentros oficiales de la selección venezolana de fútbol, nos privaron de ver el choque en vivo por TV. ¿Y así queremos llegar al Mundial?
En el mundo somos casi seis mil millones de personas, y casi todos, nos expresamos de múltiples maneras. Unos hablan por señas, algunos leen, otros a través del tacto, y los más osados pueden decirse cosas con sólo mirarse. También está, por su puesto, la lengua oral y escrita, con sus múltiples variaciones.
Usted amigo lector pensará ¿y que tiene esto que ver con el fútbol? Muy sencillo. En aras de levantar el acerbo cultural de los fanáticos venezolanos del fútbol, a la FVF y a quienes tienen la responsabilidad de levantar las transmisiones de los partidos de la selección nacional, se les ocurrió la genial idea de que los venezolanos necesitamos aprender japonés. ¡Domo arigato, siempre he querido hablar japonés!
Además, se inventaron un esquema muy simple para hacerlo. Vamos a colocar a esta camada de conejillos de indias frente a los monitores de sus computadoras, a intentar descifrar la transmisión del primer partido de la selección nacional del 2010, ante los nipones, tomada desde un canal japonés (y en su idioma de origen) que estaría colocada en Internet.
Si una de las cosas que se ha criticado tanto a la FVF fue la poca difusión que se le ha dado al torneo local, que se fue a la clandestinidad por un contrato mil millonario con una televisora de cable; no es justo (o cuando menos conveniente) que a la selección, esa que (se supone) es de todos, le ocurra lo mismo que al campeonato de liga.
De nuevo, la improvisación, el desinterés de quienes deben transmitir (todavía con la resaca de la final Caracas Magallanes y embelezados por la pachanga de la Serie del Caribe) y la falta de orden son la moneda con la que le pagan (otra vez) a los seguidores del balompié nacional, que se vieron sometidos a una tortura dependiente de la velocidad del ancho de banda de su Internet.
Mientras esto se mantenga así, el fútbol siempre quedará relegado a un segundo plano detrás (muy detrás) del béisbol, del baloncesto, del pico pico o de las caimanearas dominicales.
Y más allá de la actuación de la selección (rácana, como ya nos acostumbra, pero con buenos resultados), una de las primeras grandes reflexiones debe ser esta. Farías pide (y con razón) jugar ante equipos mundialistas, par tratar de ponernos a ese nivel, pero la FVF y la dirigencia encargada de difundir y masificar el balompié, deben estar acorde con las exigencias del seleccionador. De no ser así, podremos mejorar mucho en la cancha, pero seguiremos estando lejos del sueño mundialista.
Si no, tendremos que volvernos poliglotas y empezar a practicar aquellos idiomas (y aclimatarnos a los usos horarios), de los equipos a los que visite nuestra querida Vinotinto. Sayonara.
En el mundo somos casi seis mil millones de personas, y casi todos, nos expresamos de múltiples maneras. Unos hablan por señas, algunos leen, otros a través del tacto, y los más osados pueden decirse cosas con sólo mirarse. También está, por su puesto, la lengua oral y escrita, con sus múltiples variaciones.
Usted amigo lector pensará ¿y que tiene esto que ver con el fútbol? Muy sencillo. En aras de levantar el acerbo cultural de los fanáticos venezolanos del fútbol, a la FVF y a quienes tienen la responsabilidad de levantar las transmisiones de los partidos de la selección nacional, se les ocurrió la genial idea de que los venezolanos necesitamos aprender japonés. ¡Domo arigato, siempre he querido hablar japonés!
Además, se inventaron un esquema muy simple para hacerlo. Vamos a colocar a esta camada de conejillos de indias frente a los monitores de sus computadoras, a intentar descifrar la transmisión del primer partido de la selección nacional del 2010, ante los nipones, tomada desde un canal japonés (y en su idioma de origen) que estaría colocada en Internet.
Si una de las cosas que se ha criticado tanto a la FVF fue la poca difusión que se le ha dado al torneo local, que se fue a la clandestinidad por un contrato mil millonario con una televisora de cable; no es justo (o cuando menos conveniente) que a la selección, esa que (se supone) es de todos, le ocurra lo mismo que al campeonato de liga.
De nuevo, la improvisación, el desinterés de quienes deben transmitir (todavía con la resaca de la final Caracas Magallanes y embelezados por la pachanga de la Serie del Caribe) y la falta de orden son la moneda con la que le pagan (otra vez) a los seguidores del balompié nacional, que se vieron sometidos a una tortura dependiente de la velocidad del ancho de banda de su Internet.
Mientras esto se mantenga así, el fútbol siempre quedará relegado a un segundo plano detrás (muy detrás) del béisbol, del baloncesto, del pico pico o de las caimanearas dominicales.
Y más allá de la actuación de la selección (rácana, como ya nos acostumbra, pero con buenos resultados), una de las primeras grandes reflexiones debe ser esta. Farías pide (y con razón) jugar ante equipos mundialistas, par tratar de ponernos a ese nivel, pero la FVF y la dirigencia encargada de difundir y masificar el balompié, deben estar acorde con las exigencias del seleccionador. De no ser así, podremos mejorar mucho en la cancha, pero seguiremos estando lejos del sueño mundialista.
Si no, tendremos que volvernos poliglotas y empezar a practicar aquellos idiomas (y aclimatarnos a los usos horarios), de los equipos a los que visite nuestra querida Vinotinto. Sayonara.
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