La violencia con la que se expresó la barra del Caracas durante el último choque en casa de la Copa Libertadores, no fue sino el reflejo de un club que está en franco declive, y de una sociedad que está de mal en peor
Carlos Sanabria y Claudio Gutiérrez son dos hinchas del Caracas FC. Y no me refiero a “seguidores fashion” de esos que van cuando sólo hay Copa Libertadores, o partidos importantes contra Táchira o Italia. Ambos tienen entre los 27 y 29 años, y eran de aquellos que seguían al Rojo en sus días clandestinos. Dieron vueltas olímpicas abrazados a Ceferino Bencomo y a ‘Chita’ Sanvicente en un Brigido Iriarte exclusivo para familiares y verdaderos fieles, ya decía, cuando su pasión era algo oculto, cuando el fútbol se vivía a gritos contra la fanaticada rival, pero sin violencia.
Eran los días del ‘Loco’ Diony, de Rodrigo Riep, del ‘Pequeño’ Rondón, Leo González, y ‘El Mago’ Stalin; de unos jóvenes Rey, ‘Turbo’ González y ‘Pájaro’ Vera. Eran otros tiempos. Carlos y Claudio eran unos chamos felices, creyentes que el sueño y la filosofía de Guillermo Valentiner tenían sentido para el fútbol venezolano y eran algo posible.
Hace seis meses, ambos fueron al estadio a apoyar (como siempre lo hacen) al equipo de sus amores. Con su crecimiento físico y consecuente evolución académica y económica (ambos son ingenieros), también había llegado la madurez. Seguían siendo hinchas de gritar y cantar, de meterse con el otro, ahora desde la tribuna, pero sin aburguesarse. Ese día decidieron que, en vez de sentarse en la tribuna, se iban a meter a la barra para ‘recordar viejas glorias’.
Al entrar, se encontraron con un funcionamiento muy diferente al que tenían en sus días. Rápidamente detectaron que había muchos muchachos, muy jóvenes en su mayoría, que no iban a apoyar al equipo por su buen juego, sus acciones dentro de la cancha o lo que representaba. Simplemente era gritar por gritar, cantar por cantar. Esa era la norma. Nunca se comentaban las jugadas, no se hablaba de fútbol.
Esto fue en el choque ante Carabobo del Apertura. Ahí, Carlos y Claudio vieron con estupor cómo un grupo, muy pequeño eso sí, de inmaduros que toma la violencia como bandera bajo la excusa del fanatismo, salió a tratar de robarse un trapo y a agredir a los ocho o diez seguidores del cuadro del Cabriales, ‘porque este era su estadio’, ‘porque ellos nos jodieron cuando fuimos el año pasado’, ‘porque ellos no deberían venir pa’ ca’ y por un montón de excusas sin sentido.
Carlos y Claudio decidieron no meterse más de ese lado. La barra no es lo que era. Llena de muchachos inmaduros, que no conocen de la historia del club que siguen, desmejoraron lo que era una costumbre sana. Esa que antes era apoyar al equipo a costa de todo, incluso, movilizándose al Brigido un día de las madres para ver ganar a los suyos con pancartas ingeniosas y con canticos creativos y con sentido lógico, sin violencia.
Hoy, ser ‘barra brava’ es estar in, a la moda y en consonancia con la estupidez y el sin razón que se practica en otras partes de América. ‘Los radicales’ critican a los ‘pasteleros’, y se comportan como tales, copiando modelos argentinos y europeos. Y esto no sólo pasa con los ‘fundamentalistas’ del Caracas y sus desmanes contra los seguidores de la U de Chile, y para muestra lo ocurrido recientemente entre El Vigía y el Táchira. Es algo nacional.
El fútbol, lamentablemente, se ha convertido en el reflejo de una sociedad que pasó de ser pacifica y mamadora de gallo, a una dominada por la espiral de la violencia y el miedo. El radicalismo absurdo, bandera de los que no tienen la razón hoy convive con nosotros como un problema serio.
Y mientras tanto, la FVF y la directiva del Caracas, que han tenido que ponerle coto a esta situación desde un principio, se hicieron de la vista gorda. Este problema venía creciendo poco a poco bajo sus propias narices, en su parcela, y nunca hicieron nada para controlarlo, a pesar de contar con los medios y los recursos para hacerlo.
Al Caracas se le sugirieron censos, campañas dentro de la barra, denunciar a los violentos (que son pocos, insisto) y vetarlos del fútbol, mejorar la seguridad y los accesos al maltrecho Olímpico, otra víctima de vandalismo, como lo fue también la UCV. Se exhortó de manera pública y privada a los directivos que tomaran cartas en el asunto, que redujeran a los radicales, que siguieran ejemplos como el de Inglaterra, donde se acabó con los Hooligans.
No les interesó. Para ellos, estos radicales eran ‘incontrolables’. No se puede controlar lo que no se quiere controlar. Qué ironía que además hoy por hoy esos ‘fieles radicales’ ven las cosas desde puntos antagónicos con la directiva que los protege de manera solapada. Los insultan, los vilipendian, pero a ‘los chivos’ eso no les importa, ya ellos hicieron su alianza estratégica, y dejaron entrever que lo que importa es el dinero, y no la estructura del club.
Ambos son dos polos de un mismo equipo. Uno que en cosa de mes y medio se desnudó como uno más. Ese que era el ejemplo, ese Caracas en el que Carlos y Claudio creían, hoy tiene que asumir su contexto real dentro del balompié venezolano. Están en decadencia. A todos, a la fanaticada seria (no a los malandros que se escudan en una camiseta roja para hacer desmanes) y a sus dirigentes, les toca asumir que están en una crisis de identidad y de pérdida de valores.
Reconocerlo es el primer paso para empezar a solucionar los graves problemas que empieza a demostrar esta institución, y así intentar colocar de nuevo a este equipo en el lugar donde apuntaba. No creo que al Dr. Guillermo Valentiner, esté donde esté, le guste demasiado lo que está ocurriendo. Su sueño, está en decadencia.
sábado, 17 de abril de 2010
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